La muerte está en el aire y todo está bien

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“No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo”
Woody Allen, La última noche de Boris Grushenko

Justo cuando pensaba que podía dar por terminada mi reflexión sobre el impacto del fallecimiento de mi madre el año pasado, el “El Antídoto: felicidad para gente que no soporta el pensamiento positivo” de Oliver Burkeman me dio un montón de material para seguir rumiando el tema de la muerte como fuerza revitalizante.

Y a pesar de que la muerte está siempre presente en las noticias de todo el mundo, el libro me llegó casi simultáneamente con dos noticias que me resultaron particularmente cercanas:

La semana pasada, aquí en Buenos Aires, el cuerpo del fiscal Alberto Nisman fue encontrado en su apartamento, provocando una mega crisis política.

Dos días más tarde, AK Canserbero, un rapero de Venezuela cuya obra acababa de descubrir y me animó a escuchar otros artistas de la ola emergente del hip-hop de mi país natal, saltó desde el piso 10 de un edificio después de matar a puñaladas a su amigo y manager Carlos Molnar.

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El libro se nutre de la psicología cognitiva, la filosofía y la literatura clásica para demoler los cimientos del culto del pensamiento positivo en el que se basa la industria moderna de la autoayuda. Y para rematar, Burkeman condimenta sus dotes narrativas con bunas dosis de humor británico bien crudo.

Para ilustrar la futilidad del pensamiento positivo, Burkeman empieza por recordarnos el perenne desafío propuesto por Fiódor Dostoyevski en Notas de invierno sobre impresiones de verano:

Intente imponerse la tarea de no pensar en un oso polar y verá al condenado animal a cada minuto.

Después de varios años de trabajar como periodista en el campo de la psicología, Burkeman llegó a la conclución de que lo que unía a los psicólogos, filósofos, e incluso al ocasional gurú de la autoayuda cuyas ideas parecían ser sólidas, era la constatación de que el reto del oso polar de Dostoyevski es una gran metáfora de la falencia fundamental de las recetas populares para la felicidad.

Por ejemplo, el trabajo realizado en el campo de la “teoría del proceso irónico” muestra que la capacidad humana para la “metacognición”, para pensar sobre el pensamiento, cortocircuita de manera bastante peculiar cuando abusamos de ella (traduje todas las citas del libro de Burkeman que siguen a continuación de la edición original en inglés del libro):

Cuando tratas de no pensar en un oso blanco, puede que hasta cierto punto logres forzarte a pensar en otras cosas. Pero al mismo tiempo arranca un proceso de monitoreo metacognitivo que se encarga de escanear tu mente buscando evidencia de si estás teniendo éxito en la tarea o no. Y aquí es donde las cosa se pone peligrosa, porque si intentas con demasiado ahínco… [e]l proceso de monitoreo comenzará a tener más protagonismo que el debido en el escenario cognitivo… de repente, solo serás capaz de pensar en osos blancos y en lo mal que estás desempeñándote en la tarea de no pensar en ellos.

Hay una buena cantidad de evidencia de que esto es muy similar al proceso que frustra la mayor parte de nuestros esfuerzos por pensar positivamente:

Las investigaciones de [Daniel] Wegner, [profesor de psicología de la Universidad de Havard], y de otros académicos, ha logrado acumular más y más evidencia que apoya esa idea. Un ejemplo: cuando a sujetos experimentales se les informa de un acontecimiento triste, pero luego se les instruye que traten de no sentirse tristes por ello, terminan sintiéndose peor que las personas a las que se les informa del evento pero que no se les da instrucciones acerca de cómo sentirse. En otro estudio, unos pacientes que sufrían de trastornos de pánico experimentaron latidos más rapidos del corazón después de escuchar cintas de relajación que otros pacientes que escucharon audiolibros sin contenido explícitamente “relajante”… la gente a la que se le instruye no pensar en sexo exhibe mayor excitación, medida por la conductividad eléctrica de la piel, que los que no se les instruye suprimir esos pensamientos.

Desde esta perspectiva, la mayoría de las técnicas favoritas de la industria de la autoayuda para lograr la felicidad y el éxito, como el pensamiento positivo y la visualización de metas, sufren de un defecto irremediable. Y Burkeman propone en su lugar absorber la obra de pensadores que promueven un “camino negativo” alternativo a la felicidad, que nos animan a estar dispuestos a experimentar más emociones negativas, o por lo menos a dejar de huír tan histéricamente de ellas.

Además de los trabajos en el campo de la psicología cognitiva,

Encontrarás [esta visión] en las obras de los filósofos estoicos de la antigua Grecia y Roma, que destacaban los beneficios de siempre contemplar lo mal que pueden ir las cosas. Se encuentra en el núcleo del budismo, que aconseja que la verdadera seguridad se encuentra en la aceptación sin restricciones de la inseguridad… el mismo enfoque “negativo” de la felicidad también ayuda a explicar por qué tantas personas encuentran la meditación de atención plena o mindfulness tan beneficiosa, por qué una nueva generación de pensadores en el campo de los negocios está aconsejando a las empresas abandonar su obsesión por la imposición de metas y, por el contrario, recibir la incertidumbre con brazos abiertos…

La palabra “negativo” en este contexto no se refiere necesariamente a las experiencias y emociones desagradables: “…algunas filosofías de la felicidad son mejor descritas como “negativas” porque implican el desarrollo de habilidades de “no hacer” – de aprender a no perseguir a los sentimientos positivos de manera tan agresiva”.

Via Flickr: https://flic.kr/p/b2ozz6
Via Flickr: https://flic.kr/p/b2ozz6

Pero hay un pensamiento que nuestras mentes logran suprimir con un nivel excepcional de éxito: el de nuestra mortalidad.

Cuanto más uno reflexiona sobre esto, más extraño parece. Somos perfectamente capaces de sentir una aguda lástima por nosotros mismos ante dificultades más pequeñas, todos los días, en casa o en el trabajo. Sin embargo, prácticamente no nos preocupamos conscientemente ante el mayor drama humano. “En el fondo”, escribió Freud – radicalmente, como de costumbre, pero en este caso de manera convincente – “nadie cree en su propia muerte”.

Burkeman cita el magnum opus de Ernest Becker, La negación de la muerte (incluido inmediatamente en mi lista de libros para leer en 2015), que contiene una de las explicaciones más convincentes de esta notable capacidad de nuestras mentes:

Para Becker, nuestra incapacidad para reflexionar seriamente sobre nuestra mortalidad no es accidental ni se debe a un descuido: argumenta que es precisamente porque la muerte es tan aterradora y significativa que no pensamos en ella… pero la consecuencia es que dedicamos nuestra vida asuprimir ese miedo, erigiendo enormes fortificaciones psicológicos que nos permiten eludir confrontarla.

Según Becker, una enorme cantidad de actividad humana está “diseñada en gran parte para evitar la fatalidad de la muerte, para superarla negando de una manera u otra que es el destino final del hombre”.

Y la razón principal por la que logramos negar nuestra mortalidad hasta tal punto es nuestra capacidad para construir un yo simbólico que convive en nuestra mente con la percepción de nosotros mismos como seres físicos:

Y si bien es inevitable que el ser físico perezca, el yo simbólico – el que existe en nuestras mentes – es muy capaz de convencerse a sí mismo de que es inmortal… Becker ve todas las religiones, todos los movimientos políticos y las identidades nacionales, toda iniciativa empresarial, toda actividad caritativa y todas las actividades artísticas como “proyectos de inmortalidad”.

En el fondo, nos vemos a nosotros mismos como héroes inmortales. Desde esta perspectiva, incluso el ateo más recalcitrante depende de una noción de la vida después de la muerte. Para Becker, el individuo que no logra construir esta noción cae en la enfermedad mental: la principal causa de la depresión es el fracaso de algunas personas para protegerse de la verdad de que no son potentes héroes que dejan una huella indeleble en el cosmos.

De hecho, los proyectos de inmortalidad son una gran fuerza creativa que nos permite realizar grandiosos proyectos de “arquitectura, literatura, elevados actos de filantropía y civilizaciones complejas”,

… Pero según Becker también son la causa de las peores cosas de la vida… La guerra representa el choque de proyectos de inmortalidad por antonomasia: si mi sentido de la inmortalidad se basa en el triunfo de mi nación, y el tuyo en el de tu nación, vamos a luchar más frecuentemente y con más pasión que si solo nos interesase el territorio o el poder… el filósofo Sam Keen, parafraseando a Becker, [dice que los conflictos humanos] son luchas entre la vida y la muerte – mis dioses contra tus dioses, mi proyecto de inmortalidad contra el tuyo”. En otras palabras, luchamos con tanto ahínco para preservar nuestra inmortalidad simbólica que terminamos sacrificando nuestras vidas físicas.

Por suerte, hay una manera de exorcizarnos a nosostros mismos de los mecanismos profundamente arraigados en nuestra psique que nos permiten negar nuestra muerte sin caer en el abismo de la desesperación existencial depresiva.

Para Burkeman, el primer paso en esta dirección es hacer uso de las enseñanzas de Epicuro y darnos cuenta de que no hay ninguna necesidad de fantasear con que la vida continúa después de la muerte:

“La muerte no es nada para nosotros” dice [Epicuro], “ya que cuando somos, la muerte no ha llegado, y cuando ha llegado la muerte, no somos”. …La muerte significa el fin del sujeto de la experiencia, y por lo tanto del fin de cualquier capacidad para experimentar el estado que tememos. O como lo expresó Einstein: “El miedo a la muerte es el más injustificado de todos los miedos, porque el que está muerto no corre ningún riesgo de sufrir un accidente”.

Sin embargo, aunque necesaria, Burkeman piensa que la máxima epicúrea no es suficiente:

Sin importar qué tan convincentes le parezcan a uno los argumentos de Epicuro sobre no temerle a la muerte, no se sigue que la muerte no sea algo malo… llegar a entender la muerte como algo que no hay razón para temer, pero que sigue siendo algo malo debido a lo que lleva a su fin, podría ser el camino medio ideal. El argumento es sumamente terrenal, pragmático y estoico: cuanto más conscientes estemos de la finitud de la vida, más la apreciaremos, y será menos probable que la desperdiciemos en distracciones.

Para construir el hábito de recordar nuestra mortalidad y así fortalecer nuestra capacidad para concentrarnos en el significado, Burkeman recomienda un ejercicio muy simple sugerido por el psicólogo Russ Harris:

[I]magina que tienes ochenta años – asumiendo que no los tengas ya; de ser así, tendrás que imaginar que tienes una edad más avanzada – y luego completa las frases “Ojalá hubiese dedicado más tiempo a…”, y “Ojalá hubiese dedicado menos tiempo a…”. Esto resulta ser una manera sorprendentemente eficaz de tomar conciencia de la mortalidad en el corto plazo… es precisamente a través de este tipo de rituales mundanos y sin pretensiones que podemos esperar envolver los ritmos diarios de la vida con la conciencia de nuestra muerte, y alcanzar algo parecido a la racional calma de Epicuro de cara a la mortalidad.

Burkeman también nos recuerda que la relación del mundo occidental con el concepto de la mortalidad no siempre fue tan poco saludable como lo es hoy en día:

[En la antigua Roma], según la leyenda, los generales que salían victoriosos de las batallas ordenaban a un esclavo seguirlos mientras desfilaban por las calles; el esclavo tenía que repetir, en beneficio del general, una advertencia contra la arrogancia: memento mori, “recuerda que morirás”… La motivación específica para contemplar la mortalidad difiere de una época a otra y de una cultura a otra. En el mundo antiguo tenía mucho que ver con recordar saborear la vida como si se tratara de una deliciosa comida… para los cristianos posteriores se trataba más bien de recordar la necesidad de comportarse bien en anticipación del juicio final.

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Pero los rituales tradicionales para reconciliar la vida con la muerte siguen vivos en el siglo XXI, y Burkeman considera el Día de los Muertos en México como uno de los más poderosos. Como parte de su investigación para el libro, visitó el pueblo mexicano de San Gregorio Atlapulco durante la celebración de la fiesta:

El día de los muertos no es un esfuerzo para convertir algo horrible en algo inocuo; es, precisamente, el rechazo de tales categorías binarias. Lo que estaba ocurriendo en el cementerio era memento mori en su máxima expresión – un ritual que ni reprimía el pensamiento sobre la muerte ni buscaba, a la manera del Halloween estadounidense o británico, edulcorarlo y hacerlo inofensivo. Consistía en dejar que la muerte impregnase la vida.

Y puede decirse que el Día de los Muertos tuvo un fuerte impacto en Burkeman porque, su escritura resplandece cuando elabora sobre su experiencia con la celebración:

Los acordes de la banda de mariachis flotaban desde el otro lado del cementerio. Miré por encima y lo vi sembrado de caléndulas y lleno de figuras apiñadas. Más allá de sus bordes no habían luces que iluminasen la oscuridad, pero en su interior los fuegos y el chisporroteo de los cientos de velas creaban una atmósfera acogedora en medio de la noche a pesar del frío. Los músicos seguían tocando. La muerte estaba en el aire, y todo estaba bien.

6 pensamientos sobre “La muerte está en el aire y todo está bien”

  1. Grandísimo artículo y reseñas, Alan. Estoy maravillado. Has hecho resonar muchas cuerdas dentro de mí: tocas muchos de los elementos que me tienen enganchado en la reflexión en los últimos meses. Voy a leer los libros de Bukerman y de Becker.
    Una propuesta: cuando leas el libro de Becker, ¿por qué no lo comentas en forma de artículo invitado en Homo Minimus?
    ¡Si es que yo no lo hago antes!
    Un abrazo. Keep up the awesome work!

  2. Hecho! Te aviso en cuanto tenga el libro, pero igual te escribo porque Burkeman referencia otros autores que abordan específicamente el tema de la futilidad de la fijación de metas que creo puede ser muy interesante como post invitado también…

  3. Buenísimo artículo.

    Becker da en el clavo, sobre todo en el aspecto religioso: desde la práctica más arcaica a la más moderna, el germen primario de cualquier sistema ha sido el intento de explicar la trascendencia, la inmortalidad de la mente que piensa y que es consciente de que piensa, y qué hay otro lado cuando el cuerpo se muere.

    Burkeman se queda corto. Se acostumbra a mirar hacia Oriente cuando se buscan otras ideas sobre la Muerte, pero en centro y suramérica hay perspectivas favorables que derivan de varias tradiciones. Perspectivas “favorables”: la muerte no se evita, no se ignora ni se esconde, es una parte fundamental de la propia existencia. Justo al contrario que el pensamiento occidental. Lejos de deprimirse y caer en el miedo, ¿por qué no celebrar un hecho natural?

    El Día de los Muertos mexicano es la fiesta católica, que no ha parado de crecer porque también se venera en paralelo a la Santa Muerte. Sin contar con toda la mezcla de creencias africanas (traídas en tiempos de la esclavitud) que constituyen sistemas religiosos/filosóficos actuales en distintos países de esta zona, donde la base es, justamente, honrar a los muertos sabiendo que serás uno de ellos, antes o después. Y que eso estará bien.

  4. ¡¡Qué bueno!! Me quedo, para hackear mi mente en pro de una vida mejor vivida, me quedo con esta idea: <>. Sintetizada en una frase que alguna vez escuché por ahí… “Lucidez de vida por consciencia de muerte”.

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