
Maria Popova, en su blog Brain Pickings, reflexiona sobre algunos temas planteados por Nancy Etcoff en su nuevo libro Survival of the Prettiest.
Etcoff argumenta que nuestra concepción de la belleza humana es fundamentalmente instintiva:
Aunque el objeto de la belleza es motivo de debate, la experiencia de la belleza no lo es. La belleza puede provocar una maraña de emociones, pero el placer debe ser siempre una de ellas (los anhelos tortuosos y la envidia no son incompatibles con el placer). Nuestro cuerpo responde a la belleza visceralmente y la identificamos con cataclismos físicos y obliteración corporal – la belleza nos roba el aliento, una mujer fatal, el golpe de gracia, nos caemos de espalda, tal persona es una bomba, aturdidora y deslumbrante. Experimentamos la belleza no como contemplación racional, sino como una respuesta cargada de urgencia física
Etcoff presenta evidencia a favor de la idea de que aunque nuestras concepciones de la belleza del otro son bastante uniformes, no se amoldan a las convenciones del canon clásico de la belleza.
Cita el trabajo de la antropometrista Leslie Farkas, que midió las proporciones faciales de 200 personas, incluyendo 50 modelos, y al preguntarle a una amplia muestra de participantes que evaluaran su apariencia, se encontró con que
Al canon no le fue bien. Muchas de las medidas resultaron carecer de importancia, como los ángulos relativos de la oreja y la nariz. Algunas parecían idealizaciones puras: ninguno de los rostros y cabezas del grupo correspondían a mitades iguales, o tercios o cuartos. Algunos eran erróneos: la distancia entre los ojos de los bellos era mayor que la sugerida por el canon (el ancho de la nariz). Los resultados de Farkas no implican que una cara bonita jamás pueda coincidir con los ideales clásicos y del Renacimiento. Pero sí sugieren que los artistas clásicos podrían haber estado equivocados sobre la naturaleza fundamental de la belleza humana. Tal vez pensaron que había un ideal matemático porque esto se ajusta de manera general con las ideas platónicas o religiosas sobre el origen del mundo
De todas maneras, Etcoff acepta que nuestra concepción básica de la belleza puede ser manipulada para hacerla coincidir con estándares tan artificiales como el canon clásico:
Los medios canalizan nuestros deseos y reducen el ancho de banda de nuestras preferencias. Una imagen que complace a la masa se convierte en un molde, y la belleza es seguida por su imitador, y luego por el imitador de su imitador. Marilyn Monroe era tan popular que ha sido imitada por todo el mundo, desde Jayne Mansfield a Madonna. El racismo y el esnobismo se reflejan en imágenes de la belleza, a pesar de que la belleza misma es indiferente a la raza y se nutre de la diversidad
Esto coincide en buena medida con lo que he planteado en otro momento: existen fuertes razones para creer que las instituciones sociales y económicas pervertidas puedan ejercer una fuerte influencia sobre las actitudes hacia la belleza.
Cuando los obstáculos a la actividad económica impuestos por políticas contraproducentes y/o prácticas sociales discriminatorias se hacen suficientemente grandes, las personas tenderán a ver el matrimonio como una forma eficiente de asociarse con uno de los pocos que pueden acumular riqueza bajo esas circunstancias, y por lo tanto se enredarán en una furiosa carrera armamentista de suma cero con el objetivo de hacerse más atractiva al sexo opuesto.
Pero si Etcoff está en lo cierto, entonces lo que hacen las instituciones perversas es exacerbar una tendencia innata a conformarnos con un patrón de belleza socialmente determinado.
En cualquier caso, la salud institucional no es suficiente para que crezca en nosotros un sentido más elevado de la belleza, que nos libere de lo que Etcoff dice que es obra de la tiranía de nuestros impulsos biológicos más básicos.
Etcoff enfatiza el rol que cumplen el arte y la filosofía en ayudarnos a alcanzar esa libertad:
La descripción más lírica de un encuentro con la belleza — solitario, espontáneo, con alguien desconocido — está en el Retrato del Artista Adolescente de James Joyce cuando Stephen Dedalus ve a una mujer joven parada a la orilla del mar con «las piernas desnudas, largas y delgadas», y una cara «tocada con la maravilla de la belleza mortal». Su belleza es transformadora y da forma a sus anhelos sensuales y espirituales. «Su imagen había entrado en su alma para siempre y ni una palabra había roto el sagrado silencio de su éxtasis… Un ángel salvaje se le había aparecido, el ángel de la juventud y la belleza mortal, un enviado de los justos tribunales de la vida, para en un instante de éxtasis abrir ante él las puertas de todas las formas de error y de gloria. Y más, y más, y más, y más…»
Ezra Pound tuvo un momento de reconocimiento que le inspiró a escribir un poema de dos líneas, «En una estación en el metro», que comprendía estas breves frases: «La aparición de estos rostros en la multitud: pétalos sobre una húmeda y negra rama». Más adelante Pound describe cómo se le ocurrió escribirlo. «Hace tres años en París salí de un tren del metro en La Concordia, y vi de pronto un rostro hermoso, y luego otro y otro, y luego el rostro de un niño hermoso, y luego otra mujer hermosa, e intenté todo el día encontrar palabras para lo que esto había significado para mí, y no pude encontrar ninguna palabra que me pareciera digna o tan bonita como esa emoción repentina… En un poema de este tipo uno está tratando de registrar el instante preciso en el que una cosa exterior y objetiva se transforma y se proyecta como un dardo hacia lo interior y lo subjetivo».
Me parece que podemos liberarnos gradualmente de las nociones socialmente condicionadas sobre la belleza aprendiendo a apreciar el carácter y la unicidad — aprehendiendo el encanto magnéntico de la individualidad.
Milan Kundera lo expresó exquisitamente en La Insoportable Levedad del Ser:
Teresa trataba de verse a sí misma a través de su cuerpo. Por eso se miraba con frecuncia en el espejo…
No era la vanidad lo que la atraía hacia el espejo, sino el asombro al ver su propio yo. Se olvidaba de que estaba viendo el tablero de instrumentos de los mecanismos corporales. Le parecía ver su alma, que se le daba a conocer en los rasgos de su cara. Olvidaba que la nariz no es más que la terminación de una manguera para llevar el aire a los pulmones. Veía en ella la fiel expresión de su carácter.
Se miraba durante mucho tiempo y a veces le molestaba ver en su cara los rasgos de su madre. Se miraba entonces con aún mayor ahínco y trataba, con su fuerza de voluntad, de hacer abstracción de la fisionomía de la madre, de restarla, de modo que en su cara quedase solo lo que era ella misma. Cuando lo lograba, aquél era un momento de embriaguez: el alma salía a la superficie del cuerpo como cuando los marineros salen de la bodega, ocupan toda la cubierta, agitan los brazos hacia el cielo y cantan.
El alma de Teresa afloró a la superficie de su cuerpo a través del acto de contemplar los atributos que lo hacen único, pero nuestra alma puede también elevarse al contemplar la unicidad, el carácter y la personalidad reflejados en los rasgos de otra persona.
Esta manera de entender la belleza física humana se parece a la descripción que hace Jonathan Haidt de la emoción del asombro en su indispensable «La Hipótesis de la Felicidad». Haciendo un recuento histórico sobre lo que el asombro ha significado para filósofos, sociólogos y teólogos, encuentra que
Siempre ha estado ligado al miedo y la sumisión en presencia de algo mucho más grande que el yo. Es solo en la modernidad… que el asombro ha sido reducido a la sorpresa sumada a la aprobación, y la palabra «impresionante»… significa hoy en día poco más que «doblemásbueno» (para usar el término de 1984 de Geroge Orwell).
Esa noción de algo “impresionante” es lo que creo está en la base de los conceptos más estereotipados de belleza física humana que según Etcoff son parte de nuestros instintos básicos, y fácilmente explotables por los anunciantes. Por el contrario, Haidt argumenta que el asombro genuino sucede cuando (el énfasis es mío)
…se cumplen dos condiciones: una persona percibe algo vasto (generalmente físicamente vasto, pero a veces conceptualmente vasto, como una gran teoría …), y la gran cosa no puede ser acomodada por las estructuras mentales existentes de la persona. Algo enorme no puede ser procesado, y cuando las personas quedan perpleja, cuando experimentan un frenazo cognitivo en presencia de algo vasto, se sienten pequeñas, impotentes, pasivas y receptivas. A menudo… sienten miedo, admiración, elevación, o incluso una sensación de belleza. Al detenernos de golpe y hacernos receptivos, el asombro crea una apertura para el cambio, y por eso el asombro juega un papel en la mayoría de los relatos de conversión religiosa
Es lógico que Haidt diga que puede haber un sentido de la belleza asociado a lo que significa el asombro en términos más generales. Sospecho que también experimentamos algo parecido a una parálisis cognitiva cuando nos sentimos incapaces de procesar lo único que puede ser el carácter del otro, su plena individualidad, y la manera en la que el cuerpo expresa sutilmente esos atributos.
Y así como Haidt caracteriza el asombro como un catalizador de la transformación personal, hay un profundo sentido en el que la experiencia de la belleza física del otro también puede transformarnos: quizás eso sea lo que verdaderamente significa “enamorarse” de alguien.